domingo, mayo 11, 2008

Marcelo Lillo y el Hielo - Parte 3

Costó mucho hablar con él. Vivía ahora —sigue viviendo, remoto y austero, en espléndido aislamiento, al lado aún de su hermosa mujercita, con la sola compañía de un perro— en Niebla, localidad costera junto a la desembocadura del río Valdivia. No tenía —sigue sin tener— correo electrónico, y había que escribirle a Valdivia, a un apartado postal. Su laconismo al teléfono (un móvil) no ponía las cosas fáciles. Así y todo, Carolina consiguió que le mandara una copia del cuento, a la que venía adjunta una carta estremecedora: una crónica —familiar, en el fondo— de la soledad, de los pasos en falso, de los ninguneos en que se resuelven las trayectorias de tantos escritores alejados de los circuitos literarios y de los centros del poder editorial.

El cuento llegó por fin a mis manos y era, en verdad, excepcional. Esta vez fui yo quien llamé a Lillo para pedirle que me mandara más cosas, de ser posible tan buenas como “Hielo” y “La felicidad”. No tardó en hacerlo. A las pocas semanas recibí una carpeta con nueve cuentos de parecido tenor, la mayor parte de ellos impecables, implacables también: duros, lacónicos, rotundos, en la huella de la mejor cuentística norteamericana. Le prometí a Lillo que le buscaría un editor. No me resultó difícil encontrarlo: mi buen amigo Constantino Bértolo compartió mi juicio sobre esos cuentos y propuso a Lillo su publicación. Los vientos empezaban a soplar favorables para Lillo. A los pocos días se enteró de que había ganado un premio de literatura juvenil con una novelita titulada La vida casi inventada, todavía inédita. A los pocos meses obtuvo, siempre en Chile, el premio a la Mejor Obra Inédita del 2007 otorgado por el Consejo Nacional del Libro, esta vez concedido a su colección de cuentos titulada Cachorro y otros cuentos, que al menos dos editoriales chilenas se han brindado a publicar.

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