Visité por primera vez Chile como jurado del veterano concurso de cuentos de la revista Paula, en su edición de 1999. Conocía a Carolina Díaz, redactora de la revista, y ella fue quien me enroló, poco después de que los dos hubiéramos conspirado, el año anterior, para convencer a Roberto Bolaño de ser jurado del concurso, motivo por el que, en 1998, Bolaño viajó a Chile por primera vez en veinticinco años.
Aquel año de 1999 fue premiado por unanimidad un relato que destacaba poderosamente entre todos los presentados: se titulaba “Hielo”, y su autor era Marcelo Lillo, desconocido de todos. Por entonces Lillo, nacido en 1958, vivía, si no recuerdo mal, en Valdivia, donde era profesor. Desde allí viajó a Santiago para recibir el premio, que suele entregarse con alguna ceremonia. Fue aquella la única vez que lo he visto. Tenía un aspecto taciturno, y venía acompañado por una hermosa muchachita bastante más joven que él y que resultó ser su mujer. En la cena que siguió a la entrega del premio, ya en un ambiente más distendido, Lillo nos contó a quienes lo rodeábamos la romántica historia de su amor por esa muchachita, lectora al parecer voracísima, cuya familia, creo recordar, se oponía a su relación con Lillo. Escribo esto acudiendo únicamente a mi mala memoria, capaz de confundirlo todo. Espero no equivocarme mucho. Lillo nos contó también que acababa de destruir casi todo lo que llevaba escrito hasta entonces, y que ese cuento sorprendente, “Hielo”, pertenecía a los comienzos de la que para él suponía una nueva etapa como narrador. Como narrador inédito y semiclandestino, todo sea dicho.
* Ignacio Echeverría, crítico literario español, ex colaborador de El País. Columna aparecida en el Mercurio, el domingo 4 de mayo de 2008.
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