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Aquí les dejo el programa y me voy silbando bajo la fría lluvia compañeros !
Lista de Temas
1. Viejo Amigo, Ismael Serrano
2. Grazing in the Grass, Hugh Masekela
3. Give the little man a Great Big Hand, William De Vaughn
4. Mirador Beat.Sutras, Sun Flower, Allen Ginsberg. Locución en español El Monje i
5. Turn On, Turn in, Cop Out, Norman Coock
6. Chove, Chuva. Constant Rain, Sergio Mendes
Correos recibidos:
"te mando algunas fotos del concierto como lo prometí, bueno a todo esto nunca lo fui a ver a Santiago, ya que ese día se cortaron los caminos por el mal tiempo, pero tambien hizo un concierto acá en Temuco, asi que fui a ese, estuve a dos metros del tipo, es super carismático, ojalá algun día tengas la oportunidad de conocerlo. De verdad, agradezco también que pusieras la canción que te envie dentro de tu blog, sabes me senti como importante "
Nicolas
"El Mirador-Alfombra ha puesto una buena nota de intimismo en este período. Hermoso tema el de Ismael Serrano. La señorita Paula Barrientos tuvo el privilegio de estar en uno esos conciertos y llegó hablando maravillas del cantante y sus músicos, excepto por algunas declaraciones políticas que no calzan con las ideas de mi conservadora hija."
Claudio
jueves, mayo 29, 2008
Chove Chuva
miércoles, mayo 14, 2008
martes, mayo 13, 2008
Entrevista a Marcelo Lillo
A continuación, fragmentos de la entrevista aparecida en Artes y Letras de El Mercurio el domingo 11 demayo del 2008.
Valdivia continúa siendo "una ciudad fría, triste y lluviosa", como la describe Lillo en uno de sus cuentos, pero el día de la entrevista el sol brilla sobre el río como si no fuera otoño, mostrando el mejor rostro de un lugar que también tiene sus lunares.
"Aquí hay tanto mito", dice Lillo, a propósito del medio cultural de la ciudad donde hizo teatro, estudió Pedagogía en Castellano y enseñó durante años. "En los noventa, yo todavía me juntaba con los escritores, pero todo se acabó cuando gané el Paula. Personas con las cuales salía a comer y llevaba a mi casa, no me dijeron ni te felicito, ni qué bien, ni nada. Incluso hubo gente que me quitó el saludo. O sea, yo cometí el error de ganar ese premio. Me trajo una cantidad de envidias enorme".
-¿Fue entonces cuando decidiste irte de la ciudad?
-Poco después, en 2002. Me cansé de la abulia de la sala de clases y de la mediocridad de la sala de profesores. Yo ganaba un millón de pesos al mes entre el liceo y el preuniversitario. Pero le dije a mi mujer: vendamos todo, el auto, la casa y nos vamos a otra parte, porque hay que cambiar radicalmente de vida. Nos fuimos primero a Mehuín. Calculamos que la plata nos alcanzaba hasta el 2006. Hice un pacto de muerte: si en cuatro años no me iba bien, o sea, no ganaba más concursos, me pegaba un tiro. En serio. Me compré una Colt 45.-
Drástica la decisión. ¿Qué pasó cuando se cumplió el plazo?
-El 2006 mandé al concurso de Paula un cuento que había escrito en 2001, "La felicidad", que no ganó ni quedó entre los finalistas. Un día de tormenta en que había salido a comprar leña, suena el celular. Era Ignacio: "Llamo únicamente para darte ánimo". Le habían mandado mi cuento junto con una carta en la que yo hablaba del suicidio. Eso no se me va a olvidar nunca. ¿A qué escritor perdido en el culo del mundo lo llaman de España para darle ánimo? "Si tienes algo tan bueno como 'La felicidad' o 'Hielo', mándamelo", me dijo. Le envié El fumador y otros relatos.
-En el cuento "40 Caballos", se lee: "Dejar actuar a la memoria no exige complicaciones". ¿Es la clave de tu narrativa?
-Es un recurso que utilizo mucho en los cuentos: empieza uno de determinada manera y de repente, en la página 10, el tipo se da cuenta de que estaba recordando y que la realidad que lo espera ahora es terrible. Recordar es una cosa automática, ¿qué complicación tienes en pensar, recordar y emocionarte con eso? Es muy del teatro. El famoso método Stanislavsky: memoria emocional. ¿Cómo voy a ser un asesino si nunca he matado a nadie? ¿Pero usted mató alguna vez a un perrito, a una mosca? Acuérdese de eso y de ahí saque las emociones. Eso yo lo hago en todos estos cuentos, pero de manera inconsciente.
Valdivia continúa siendo "una ciudad fría, triste y lluviosa", como la describe Lillo en uno de sus cuentos, pero el día de la entrevista el sol brilla sobre el río como si no fuera otoño, mostrando el mejor rostro de un lugar que también tiene sus lunares.
"Aquí hay tanto mito", dice Lillo, a propósito del medio cultural de la ciudad donde hizo teatro, estudió Pedagogía en Castellano y enseñó durante años. "En los noventa, yo todavía me juntaba con los escritores, pero todo se acabó cuando gané el Paula. Personas con las cuales salía a comer y llevaba a mi casa, no me dijeron ni te felicito, ni qué bien, ni nada. Incluso hubo gente que me quitó el saludo. O sea, yo cometí el error de ganar ese premio. Me trajo una cantidad de envidias enorme".
-¿Fue entonces cuando decidiste irte de la ciudad?
-Poco después, en 2002. Me cansé de la abulia de la sala de clases y de la mediocridad de la sala de profesores. Yo ganaba un millón de pesos al mes entre el liceo y el preuniversitario. Pero le dije a mi mujer: vendamos todo, el auto, la casa y nos vamos a otra parte, porque hay que cambiar radicalmente de vida. Nos fuimos primero a Mehuín. Calculamos que la plata nos alcanzaba hasta el 2006. Hice un pacto de muerte: si en cuatro años no me iba bien, o sea, no ganaba más concursos, me pegaba un tiro. En serio. Me compré una Colt 45.-
Drástica la decisión. ¿Qué pasó cuando se cumplió el plazo?
-El 2006 mandé al concurso de Paula un cuento que había escrito en 2001, "La felicidad", que no ganó ni quedó entre los finalistas. Un día de tormenta en que había salido a comprar leña, suena el celular. Era Ignacio: "Llamo únicamente para darte ánimo". Le habían mandado mi cuento junto con una carta en la que yo hablaba del suicidio. Eso no se me va a olvidar nunca. ¿A qué escritor perdido en el culo del mundo lo llaman de España para darle ánimo? "Si tienes algo tan bueno como 'La felicidad' o 'Hielo', mándamelo", me dijo. Le envié El fumador y otros relatos.
-En el cuento "40 Caballos", se lee: "Dejar actuar a la memoria no exige complicaciones". ¿Es la clave de tu narrativa?
-Es un recurso que utilizo mucho en los cuentos: empieza uno de determinada manera y de repente, en la página 10, el tipo se da cuenta de que estaba recordando y que la realidad que lo espera ahora es terrible. Recordar es una cosa automática, ¿qué complicación tienes en pensar, recordar y emocionarte con eso? Es muy del teatro. El famoso método Stanislavsky: memoria emocional. ¿Cómo voy a ser un asesino si nunca he matado a nadie? ¿Pero usted mató alguna vez a un perrito, a una mosca? Acuérdese de eso y de ahí saque las emociones. Eso yo lo hago en todos estos cuentos, pero de manera inconsciente.
domingo, mayo 11, 2008
Marcelo Lillo y el Hielo - Parte 4
Escribo esto a las pocas horas de haber recibido El fumador y otros cuentos, de Marcelo Lillo, recién publicado en Madrid por la editorial Caballo de Troya, que lo distribuirá también en Chile. Es el primero de sus libros que ve la luz. Por enero, Lillo me escribía que era rara la sensación de publicar este año, en que él cumple los cincuenta. “Por estos lugares los cincuentones están meciendo nietos. Siento una mezcla de emoción, ansiedad, pero también seguridad. Esto último me lo da el hecho de no tener que arrepentirme de nada”.
En la tapa de El fumador y otros cuentos el editor escribe: “Están asistiendo al nacimiento de un gran autor. Éste es su primer libro. No será el último”. Y no lo será, sin duda alguna. Lillo tiene escritas al menos un par de novelas y ultimada ya una nueva colección de cuentos. Los últimos meses los ha pasado leyendo a Flannery O’Connor y a John Cheever, entre otros. Después de la prolongada sequía del verano, en Niebla, vaciada de turistas, han caído ya las primeras lluvias, reverdeciendo los páramos. Quedan por delante largos meses de viento y de neblina, que Lillo enfrenta con buen humor, algunas botellas almacenadas y excelente apetito. En sus novelas rezuma Lillo una contagiosa cordialidad, una derrochadora bonhomía. En sus cuentos, sin embargo, predomina el ademán gélido y golpeador: son cuentos brutalmente invernales, que parecen acatar ese mandato de Kafka conforme al cual los libros deberían ser como hachas, capaces de romper el mar helado que todos llevamos dentro.
Fin
En la tapa de El fumador y otros cuentos el editor escribe: “Están asistiendo al nacimiento de un gran autor. Éste es su primer libro. No será el último”. Y no lo será, sin duda alguna. Lillo tiene escritas al menos un par de novelas y ultimada ya una nueva colección de cuentos. Los últimos meses los ha pasado leyendo a Flannery O’Connor y a John Cheever, entre otros. Después de la prolongada sequía del verano, en Niebla, vaciada de turistas, han caído ya las primeras lluvias, reverdeciendo los páramos. Quedan por delante largos meses de viento y de neblina, que Lillo enfrenta con buen humor, algunas botellas almacenadas y excelente apetito. En sus novelas rezuma Lillo una contagiosa cordialidad, una derrochadora bonhomía. En sus cuentos, sin embargo, predomina el ademán gélido y golpeador: son cuentos brutalmente invernales, que parecen acatar ese mandato de Kafka conforme al cual los libros deberían ser como hachas, capaces de romper el mar helado que todos llevamos dentro.
Fin
Marcelo Lillo y el Hielo - Parte 3
Costó mucho hablar con él. Vivía ahora —sigue viviendo, remoto y austero, en espléndido aislamiento, al lado aún de su hermosa mujercita, con la sola compañía de un perro— en Niebla, localidad costera junto a la desembocadura del río Valdivia. No tenía —sigue sin tener— correo electrónico, y había que escribirle a Valdivia, a un apartado postal. Su laconismo al teléfono (un móvil) no ponía las cosas fáciles. Así y todo, Carolina consiguió que le mandara una copia del cuento, a la que venía adjunta una carta estremecedora: una crónica —familiar, en el fondo— de la soledad, de los pasos en falso, de los ninguneos en que se resuelven las trayectorias de tantos escritores alejados de los circuitos literarios y de los centros del poder editorial.
El cuento llegó por fin a mis manos y era, en verdad, excepcional. Esta vez fui yo quien llamé a Lillo para pedirle que me mandara más cosas, de ser posible tan buenas como “Hielo” y “La felicidad”. No tardó en hacerlo. A las pocas semanas recibí una carpeta con nueve cuentos de parecido tenor, la mayor parte de ellos impecables, implacables también: duros, lacónicos, rotundos, en la huella de la mejor cuentística norteamericana. Le prometí a Lillo que le buscaría un editor. No me resultó difícil encontrarlo: mi buen amigo Constantino Bértolo compartió mi juicio sobre esos cuentos y propuso a Lillo su publicación. Los vientos empezaban a soplar favorables para Lillo. A los pocos días se enteró de que había ganado un premio de literatura juvenil con una novelita titulada La vida casi inventada, todavía inédita. A los pocos meses obtuvo, siempre en Chile, el premio a la Mejor Obra Inédita del 2007 otorgado por el Consejo Nacional del Libro, esta vez concedido a su colección de cuentos titulada Cachorro y otros cuentos, que al menos dos editoriales chilenas se han brindado a publicar.
El cuento llegó por fin a mis manos y era, en verdad, excepcional. Esta vez fui yo quien llamé a Lillo para pedirle que me mandara más cosas, de ser posible tan buenas como “Hielo” y “La felicidad”. No tardó en hacerlo. A las pocas semanas recibí una carpeta con nueve cuentos de parecido tenor, la mayor parte de ellos impecables, implacables también: duros, lacónicos, rotundos, en la huella de la mejor cuentística norteamericana. Le prometí a Lillo que le buscaría un editor. No me resultó difícil encontrarlo: mi buen amigo Constantino Bértolo compartió mi juicio sobre esos cuentos y propuso a Lillo su publicación. Los vientos empezaban a soplar favorables para Lillo. A los pocos días se enteró de que había ganado un premio de literatura juvenil con una novelita titulada La vida casi inventada, todavía inédita. A los pocos meses obtuvo, siempre en Chile, el premio a la Mejor Obra Inédita del 2007 otorgado por el Consejo Nacional del Libro, esta vez concedido a su colección de cuentos titulada Cachorro y otros cuentos, que al menos dos editoriales chilenas se han brindado a publicar.
Marcelo Lillo y el Hielo - Parte 2
En la cena a la que me estoy refiriendo estaba presente Rafael Gumucio, a quien tanto Lillo como yo acabábamos de conocer. Gumucio, que se sentó cerca de nosotros, tuvo una de sus noches espectaculares, inspiradas, divertidísimas. Recuerdo bien la admiración y la gratitud con que Lillo, a la hora de despedirse, enfatizaba lo mucho que se había reído y lo bien que se lo había pasado.A continuación transcurrieron varios años en blanco. Yo le había pedido a Lillo que no dejara de enviarme nuevas cosas que escribiera, pero sospecho que ni él ni yo conservamos las señas que probablemente intercambiamos. Alguna vez, en nuestros esporádicos encuentros, Carolina y yo especulábamos sobre cuál habría sido su suerte. De vez en cuando, ella alcanzaba a tener noticia de Lillo a través de la prensa de regiones, en la que aparecía su nombre como ganador o finalista de algún concurso de cuentos de provincia. ¿Se acuerdan ustedes de aquel cuento de Bolaño, “Sensini”, que encabeza sus Llamadas telefónicas? El de Lillo parecía un destino parejo al de tantos personajes de Bolaño, escritores fantasmales cuya vida discurre entre el fracaso y el olvido.
Hasta que de pronto, hace apenas dos años, Carolina me escribió de improviso para decirme que había recuperado la pista de Lillo. Al parecer, éste había concursado de nuevo en el premio Paula, de nuevo con un relato excepcional —“La felicidad”, se titulaba—, que ni siquiera quedó entre los finalistas de aquella convocatoria. Carolina tuvo el presentimiento de que se trataba del mismo autor de “Hielo”, y antes de destruir el manuscrito se decidió a ponerse en contacto con él. Era Marcelo Lillo, en efecto.
Hasta que de pronto, hace apenas dos años, Carolina me escribió de improviso para decirme que había recuperado la pista de Lillo. Al parecer, éste había concursado de nuevo en el premio Paula, de nuevo con un relato excepcional —“La felicidad”, se titulaba—, que ni siquiera quedó entre los finalistas de aquella convocatoria. Carolina tuvo el presentimiento de que se trataba del mismo autor de “Hielo”, y antes de destruir el manuscrito se decidió a ponerse en contacto con él. Era Marcelo Lillo, en efecto.
Marcelo Lillo y el Hielo - Parte 1
Ignacio Echeverría, autor de la columna*, con camisa Zara o similares
Visité por primera vez Chile como jurado del veterano concurso de cuentos de la revista Paula, en su edición de 1999. Conocía a Carolina Díaz, redactora de la revista, y ella fue quien me enroló, poco después de que los dos hubiéramos conspirado, el año anterior, para convencer a Roberto Bolaño de ser jurado del concurso, motivo por el que, en 1998, Bolaño viajó a Chile por primera vez en veinticinco años.
Aquel año de 1999 fue premiado por unanimidad un relato que destacaba poderosamente entre todos los presentados: se titulaba “Hielo”, y su autor era Marcelo Lillo, desconocido de todos. Por entonces Lillo, nacido en 1958, vivía, si no recuerdo mal, en Valdivia, donde era profesor. Desde allí viajó a Santiago para recibir el premio, que suele entregarse con alguna ceremonia. Fue aquella la única vez que lo he visto. Tenía un aspecto taciturno, y venía acompañado por una hermosa muchachita bastante más joven que él y que resultó ser su mujer. En la cena que siguió a la entrega del premio, ya en un ambiente más distendido, Lillo nos contó a quienes lo rodeábamos la romántica historia de su amor por esa muchachita, lectora al parecer voracísima, cuya familia, creo recordar, se oponía a su relación con Lillo. Escribo esto acudiendo únicamente a mi mala memoria, capaz de confundirlo todo. Espero no equivocarme mucho. Lillo nos contó también que acababa de destruir casi todo lo que llevaba escrito hasta entonces, y que ese cuento sorprendente, “Hielo”, pertenecía a los comienzos de la que para él suponía una nueva etapa como narrador. Como narrador inédito y semiclandestino, todo sea dicho.
* Ignacio Echeverría, crítico literario español, ex colaborador de El País. Columna aparecida en el Mercurio, el domingo 4 de mayo de 2008.
jueves, mayo 08, 2008
lunes, mayo 05, 2008
domingo, mayo 04, 2008
Tributo a Chaitén
Un tributo a Chaitén y a sus habitantes.
Aquí en una ruta aérea que alguna vez fué la nuestra.
Ahora en la Oficina Plástica...
Podcast de Arte. Cuentos de Pintor P.2
Cezanne y su Montaña
http://www.laoficinaplastica.blogspot.com/
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