viernes, octubre 17, 2008

El Cuadro Perdido (Cuento)

Algunos días después la oportunidad que esperaba rodo a mis manos. La encontré en el bar del cine después del mediodía a la hora del café. Estaba sola.

La primera vez que la vi, estaba contemplado cuadros en una exposición. Al parecer era estudiante de arte, sin embargo su vestimenta era más bien formal, incluso elegante. A partir de ese momento me atrajo. Tenía un halo romántico, como si una dama antigua hubiese bajado de uno de los cuadros. No era alta, siempre la vi de vestido, tenía lindas piernas. Era muy blanca, de pelo oscuro y de labios deseables. De tarde en tarde me cruzaba con ella, siempre solitaria y sin que reparase en mi presencia. En esos tiempos muchas mujeres llamaban mi atención, pero luego sus imágenes se disipaban, sin embargo la suya permaneció.

Pasaron los años. Me fui de la ciudad y regresé. Hasta que la volví a ver. Acompañaba a un amigo extranjero que antes de marcharse quiso visitar el museo. Ahí estábamos delante de los Grecos, Velázquez y Tizianos; en plena rutina turística, todo rápido y a última hora antes de ir al aeropuerto.
Contemplábamos Las Hilanderas, cuando una mujer se dio la vuelta y dijo: -Señores queréis que os acompañe en una visita guiada, el precio es muy conveniente . ¡Era ella! Una especie de niebla o de tela de araña había tocado su rostro. Era el paso del tiempo simplemente o quizás algo más, cierta clase de vida. Sin embargo entre la bruma de los años pude reconocerla y volví a enamorarme en un momento.

La noche anterior había sido de juerga y no nos quedaba un duro en los bolsillos. No estábamos para propinas. Amablemente rechazamos la oferta. El tiempo corría y la hora del vuelo se acercaba. No se podía rechazar una oferta y a la vez iniciar una conversación. Ella tenía que seguir trabajando…entonces adiós.

Ahora sabía que andaba por allí. Sentía cerca lo que me había parecido ya imposible. Si la volvía a encontrar no perdería la oportunidad.
Un mes después más o menos, la volví a ver en el cine, en la filmoteca para ser exacto, pero esta vez acompañada de un hombre maduro, no un galán precisamente, flaco y semicalvo, pasado de moda. No había problemas de asientos así es que busqué un lugar cerca de ellos. Atisbé sus gestos y sus miradas, se comportaban como pareja. De todos modos mi entusiasmo no decayó, me concedía muchas posibilidades frente a ese rival. Además yo venía muy seguido a este cine y a su bar, sería un buen punto de encuentro.

Lo probable se cumplió y algunos días después la oportunidad que esperaba rodo a mis manos. La encontré en el bar del cine después del mediodía a la hora del café. Estaba sola. Podía ocupar un asiento en su mesa con la excusa que era uno de los pocos disponibles. Estaba agitado. Sentía que el tiempo se se recogía como una ola a punto de estallar, era el momento de actuar.

No recuerdo cuales fueron mis palabras exactas, pero las escucho incómoda, como haciendo notar que no esperaba hablar con un extraño. Parecía no reconocerme después del incidente del museo, yo tampoco lo esperaba, atendiendo a las circunstancias tan distintas que nos rodeaban. Insistí presentándome como restaurador de arte. Ella se relajo y su apertura dio para unas cuantas preguntas y respuestas acerca del oficio, pero en ningún caso pareció impresionada, situándome a una distancia conveniente para poder deshacer la situación en cualquier momento. En diez minutos todo estaba dicho. En el encuentro con una mujer, es tiempo suficiente para saber si hay una brizna de fuego que alimentar o si estamos condenados al hielo eterno.

Si le digo que he esperado este momento por diez años, me considerara un chiflado. No puedo convertir eso en un buen argumento. Quizás finge desconocerme y recuerda lo del museo…Sea lo que fuere, ella no logra verme, ante sus ojos sólo hay un cristal roto… Ni el grato ambiente del lugar, ni sus plantas exóticas, ni sus azulejos logran rescatar este hermoso cuadro perdido para siempre.
El Monje i- 2003. Corrección 2008.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

De inmediato recordé un poema de Oscar Hahn escrito sobre azulejos en la estaciòn Santa Lucía del Metro de Santiago: "a lo mejor el amor es sólo eso...una muchacha que desciende una noche desde un vagòn del metro; destella ante nuestros ojos, por un instante en medio de la oscuridad, y luego se aleja para siempre" (o algo asì). Potente y personal relato que sin embargo se ha vivido unas cuantas veces ya a lo largo de nuestra existencia. El cuerno de los sueños debe estar lleno de esas imágenes rotas. Reverencia japonesa para el señor

Cl.

Anónimo dijo...

Gracias por las palabras..Algunos escritos salen "redondos", aunque la nostalgia no lo sea.

Ig.